Aquel día Maniche tardó en dar dos vueltas al campo 45
minutos.
El talentoso centrocampista del Benfica se tomaba a la
ligera una orden del nuevo técnico del equipo, José Mourinho.
La reacción del entrenador no se hizo esperar.
Mourinho había
previsto un partidillo en el entrenamiento de aquel día. El técnico luso
llevaba muy poco tiempo al frente del Benfica a finales del año 2000. Todo
transcurría con normalidad hasta que Diogo Luis, un joven futbolista del equipo
B, arrebató una pelota a Maniche. El centrocampista de talento desgobernado,
una de las estrellas emergentes del fútbol luso con 22 años, se revolvió
pegando una patada por detrás al chaval.
Un castigo que cambiaría al futbolista y al grupo para
siempre.
La reacción de Mourinho,
que estaba en la grada observando la sesión, no se hizo esperar. El entrenador
llamó por el móvil a uno de sus adjuntos que estaba a pie de campo, Carlos
Mozer, con un tono imperativo:
MOURINHO"¡Manda a ese correr hasta que acabe el
partido!". El ayudante comunicó a Maniche la orden y éste se negó a
acatarla.
El colaborador le
insistió durante diez minutos y le advirtió de que el nuevo entrenador no era
como los demás. Finalmente, Maniche cumplió con el mandato a su manera:
completó dos vueltas al campo en un ridículo tiempo de 45 minutos. Mourinho
tomó nota y actuó al día siguiente.
El técnico llamó a
capítulo al futbolista en la siguiente sesión, aseverando que estaba muy mal
físicamente. Maniche le replicaba: "¡Míster, no estoy nada mal!". Y
el entrenador insistía: "Un jugador que realiza dos vueltas al campo en 45
minutos no puede jugar, está muy mal físicamente, por eso a partir de hoy
entrenarás al mediodía con Mozer y Vilda- el preparador físico- hasta que
recuperes la forma y puedas regresar al grupo."
MANICHE
"Aquel castigo me
hizo pensar y cambió mi forma de ser"
Maniche se quejaba a Mozer y éste le respondía: "Yo te avisé de que
las cosas ahora no son como antes, ahora es diferente". El centrocampista entrenó durante toda la semana apartado, con una
intensidad que nunca había demostrado. La semana siguiente Maniche se
reincorporó al grupo sin sonrisas, pero aplicado. Mourinho no sólo lo convocó,
sino que le dio también el brazalete de capitán. El futbolista pensó que se
trataba de un error y se dirigió al técnico.
Mourinho le dio un sermón
bíblico sobre la importancia de ser el único jugador de la plantilla formado en
la cantera del club, la responsabilidad de ser un ejemplo para los más jóvenes,
la obligación de ser el último en abandonar el barco. Fueron palabras con un
efecto revolucionario en la cabeza de Maniche: "Aquel castigo me hizo
pensar y cambió mi forma de ser. Es con estos pormenores que se construyen los
grandes hombres y jugadores". Según Mozer, "aquel que todos describían
como un jugador loco e inestable se transformó en una máquina competitiva
imparable". Esa semana supuso un antes y un después en la vida de un
futbolista que siempre brilló más cuando estuvo a las órdenes de Mourinho, el
entrenador que cambió su vida.
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